San José no es un cementerio cualquiera

Ya sea por motivos puramente intrínsecos, por saciar cierta curiosidad que despierta la muerte, inspiración o tradición es posible que hayamos visitado en alguna ocasión en el Cementerio de San José en Granada sin saber que se trata del segundo cementerio más antiguo de España y que en la actualidad continúa abierto. En 1804 llegará a Granada una epidemia de fiebre amarilla, que estaba asolando especialmente a ciudades portuarias como Barcelona, Málaga y Cádiz. La mortandad en Granada no será comparable con otras provincias españolas, pero las más de 300 vidas que se llevó el mosquito Aedes, claudicará en la ciudad con la decisión de empezar a utilizar las tres ubicaciones que se habían elegido cuando llegó a Granada la noticia de que el monarca Carlos III había ordenado que tenía que dejar de hacerse enterramientos dentro de las ciudades.

            En 1787 Carlos III promulgó una Ley para a empezar a construir cementerios alejados de los centros urbanos. La medida venía impulsada por la Europa de la Ilustración. Los países que cada vez estaban más sensibilizados con la idea de que la única forma de frenar los problemas que conllevaba el aumento de población en ciudades, especialmente las más industrializadas, sin infraestructuras suficientes para toda aquella población era empezar a alejar de los núcleos urbanos todos aquellos entornos que se consideraban perniciosos para la salud. Por lo tanto, la tradición de enterramiento en aquellos años empezó a ser incompatible con el tipo de ciudades que se empezaban a necesitar las ciudades del siglo XIX.

            Granada en aquellos necesitaba medidas como esas. A principios del siglo XIX la ciudad contaba con una población aproximada de 60.000 habitantes. A pesar del paso del tiempo la ciudad no había perdido su fisonomía de ciudad medieval, abigarrada, con calles estrechas y laberínticas. A esto hay añadir que, en el afán de los Reyes Católicos de convencer a los vencidos de la verdadera fe, a la ciudad llegarán muchas órdenes religiosas para realizar esa labor evangelizadora. Así que 300 años más tarde esta ciudad provinciana contaba con una catedral, 2 colegiatas, 23 iglesias parroquiales, 3 monasterios, 17 conventos de religiosos, 18 de religiosas y 4 beaterios.

            La tradición cristiana de enterrar a los difuntos dentro de las iglesias o en los patios que se construían alrededor de ellas, contribuía a que se produjesen filtraciones de los cementerios parroquiales a los ríos que cruzaban las ciudades. Bajo el sacro concepto de que la gloria de Dios se alcanza cuanto más cerca se estuviera del altar, entrar aquellos años a una iglesia era un viaje al mismísimo averno, especialmente en periodos de epidemias. Aunque los interiores de las iglesias llegaban a convertirse en lugares fétidos, el resto de ciudadanos todavía corrían peor suerte. Por entonces la iglesia tenía la obligación de dar sagrada sepultura a todo hijo de cristiano, así que recibía partidas dinerarias para habilitar espacios. Por lo tanto, los más pobres, que normalmente eran todos, se tenían que conformar con ser enterrados en fosas comunes que se habilitaban en estos patios parroquiales. Y como dice el refrán el muerto al hoyo”, o en el caso de Granada dependiendo con los límites donde colindaban los patios parroquiales, se podía decir el muerto al Darro. A finales del siglo XVIII ya se dio algún caso de desbordamiento del río Darro llevándose la tapia del patio parroquial de la iglesia de Santa Ana sus respectivos difuntos río abajo.

            El río Darro tuvo en el pasado tiempos más gloriosos, un río caudaloso que partía la ciudad en dos. No es por capricho que en Granada se diga “Huele a Darro”. Se podría decir que hasta tiempos recientes nuestro río era la alcantarilla de la ciudad, como pasaba en tantos lugares de España. Parece que el rio ya era mal oliente en época musulmana, porque era un insulto bastante grave que entre hombres uno le dijera al otro “que se lavaba las barbas en el Darro o Hadarro”.     

            Los cementerios propuestos por la Ordenanza de Carlos III había que dotarlos con infraestructuras mínimas cuyos gastos tenían que sufragar la administración local y la iglesia, así que como en aquellos años el horno no estaba para bollos se pospuso el ilustradísimo proyecto para otro momento. En Granada la epidemia será la excusa para establecer las bases de los tres primeros cementerios desde octubre de 1804.

            De los tres cementerios que surgen en ese tiempo, dos de ellos desaparecerán a los pocos años debido al crecimiento urbanístico de la ciudad. Y el Cementerio de las Barreras se acabará consagrando como único camposanto de la ciudad de Granada. El primer paso era que un sacerdote bendijese el terreno para convertirlo en camposanto. El resto de medidas como tapias, capilla, caseta para los sepultureros podía ser prescindibles. Desde la última mitad del siglo pasado los cementerios municipales dejaron de tener este carácter religioso y desde entonces puede ser enterradas personas de cualquier religión, creo o indio sin o congracia.

            Se podría decir que el Cementerio de Granada a conseguido después de 200 años mantener la ciudad de los muertos lejos de la ciudad de los vivos. Al igual que la Alhambra y el Generalife el Cementerio de Granada se beneficia de la protección del parque peri urbano que protege todo el entorno y gracias al cual hoy por hoy y esperemos que así siga siendo, no teneos ninguna urbanización de lujo en la Colina de la Sabika.

            El estratégico enclave del cementerio lo vinculaba con las creencias más místicas de alcanzar la gloria del cielo desde la cima de una montaña, el Cementerio de Granada se encuentra a 180 metros sobre la ciudad de Granada y esto fue algo que gustó a los granadinos del momento. En 1843 habrá un primer proyecto de urbanización de parcelas, y será entonces cuando el cementerio cambie su nombre a San José, como Patrón de la Buena Muerte. Aunque de aquellos años nada queda. Siguiendo la cronología de los patios más antiguos el cementerio; Patio I, Patio II y Patio III las unidades más antiguas de enterramiento pertenecen a finales del siglo XIX, coincidiendo con el auge del arte decimonónico. Y los cementerios los lugares elegidos por muchos artistas para contar historias que en otros lugares no tenían cabida.

            Es el caso del Panteón de la Familia Miraflores más conocido como el Panteón de la Novia, donde el escultor maquilla la realidad de la muerte por el sueño eterno, recordándonos al cuento de nuestra infancia de la Bella Durmiente. Será a lo largo del siglo XIX cuando los hermanos Grimm empiecen a dulcificar ese género literario, hasta ese momento iba dirigido a adultos, el sexo, la violencia, la maldad humana eran los temas principales. El napolitano Jean Baptista Basile en su Pentameron o el cuento de los cuentos recogerá en el siglo XVII de la crónica popular cuentos como el de “Talia, el sol y la luna” en el cual una joven tras pincharse el dedo con una rueca queda inerte inmediatamente. Sus padres ante el dolor de no poder despertar a su hija deciden marcharse del castillo dejando a la joven dentro como si se tratara de un gran mausoleo. Al tiempo un rey que se encontraba cazando por el lugar necesitaba ayuda porque había perdido su caballo. Al entrar al castillo vio a la joven y encontró a aquella joven tan bella, que, al no poderse resistir, la hizo suya. De esa violación nacerá Sol y Luna y la joven Talia despertará. Seguro que el cuento nos suena.

            En el caso del Panteón de la novia del Cementerio de Granada, se trata de una mujer que murió días antes de su boda y la familia decidió enterrarla con el traje de nupcial. Aunque la imagen de la joven que yace sobre el panteón no refleja la imagen real de la mujer que no puedo llegar al altar aquel mes de agosto de 1888. El panteón es uno de los más antiguos que atesora el Patio I del Cementerio de Granada. La escultura funeraria llegará al Cementerio de Granada ante la que herencia de la burguesía por seguir ostentando estatus y poder después de la muerte. No eran tanto los burgueses granadinos ni los encargos que recibían los escultores, así que estos últimos podían tomarse su tiempo para conocer el talante familia y plasmar el espíritu familiar en el futuro panteón.             El distinguido prócer Pedro Nolasco Mirasol de la Cámara, Senador del Reino, Catedrático de Derecho Civil y afamadísimo abogado del foro granadino que fue en varias ocasiones, Decano del Colegio de Abogados, además de empresario y caballero santiaguista que fueron algunos méritos que lo distinguieron en vida. Sin duda, el que más condicionó el hecho que nos ocupa, fue el de ser hombre amante de la literatura y de los clásicos, que lo llevaron a concebir el sueño del despertar de su hermana amada.

            Con el paso del tiempo las expresiones pláticas funerarias a tan alto nivel acabaran en una sociedad cada vez más laicizada, perdiendo importancia el lugar donde al menos durante un tiempo estará depositado nuestro cuerpo.  Pero seguimos siendo los vivos los artífices de los diseños de nuestros cementerios porque a pesar de que ser, en la mayoría de los casos, nuestra última morada, somos los vivos los que seguiremos acudiendo a ellos para recordar a los que ya no están, a los nuestros, incluso en tiempos donde la incineración está en auge bajo creencias románticas como la de poder esparcir nuestras cenizas en un lugar entrañable. Y con este tema hay que tener cuidado porque, aunque en España hay prohibiciones, entendido como cierta libertad, las cenizas no se pueden esparcir en parques naturales, monumentos o el mar.

            Los cementerios se actualizan para dar cabida a todas aquellas personas a pesar de la incineración desean yacer en los cementerios concebidos como lugares para el recuerdo. Para este fin son muy variadas las propuestas en Granada, y quizás el Bosque de las Cenizas sea el reflejo del devenir de los futuros cementerios que ya se empiezan a concebir como auténticos jardines para el recuerdo.

            Desde los inicios de los primeros cementerios ilustrados la arquitectura del verde formó parte de la decoración de sus patios, sobre todo por su simbolismo. De forma natural, la naturaleza crea en el campo los mantos de plantas herbáceas tan hermosas, pero mueren al final de cada primavera. No es de extrañar que en el Patio III las veamos crecer de forma espontánea porque sutilmente nos están recordando la brevedad de la vida. Las amapolas, en especial la adormidera, alusión al sueño eterno. El verde de las copas de los árboles invitándonos a la serenidad, la calma y el sosiego. Y si hay algo que distingue a los cementerios españoles es el uso del ciprés, tanto por su su simbología ascendiendo al cielo, como por su función práctica. La raíz del ciprés crece hacía el centro de la tierra sin ocasionar el levantamiento de las tapias o las distintas unidades de enterramiento, y aunque sutil es un árbol aromático. Los antiguos enterramientos en tierra y los olores que acarreaba el proceso de descomposición de la carne hicieron que las plantas y árboles aromáticos fueran bien recibidos.

            Pero si hay un lugar que conmueve en el Cementerio de Granada es el Jardín de los Alixares, un patio que conserva los restos de una alberca musulmana que perteneció a una almunia nazarí. Versan los poemas cortesanos que el Palacio de los Alixares tenía más columnas que el Palacio de los Leones o Al Riad al Said. Palacios que, aunque con distintas funciones, al tratarse el primero de un palacio rural y el segundo una vivienda privada, los mandará construir Mohamed V. Por desgracia en 1431 un terremoto sacudió Granada y el palacio no sobrevivió. Uno de los sultanes que en sus tiempos solía pasear por las ruinas de Alixares fue Muley Hacen. Quizás este gran sultán, del que se escribieron tantos romances cristianos, quizás este lugar retirado del entorno de la Alhambra le permitía reflexionar de como el amor que sentía por Soraya estaba precipitando el final del Reino de Granada.

            Posiblemente el miedo a ese momento tan certero de la vida, la muerte, nos impida ver más allá de la función expresa de los cementerios.  Pero desde otro punto de vista, los cementerios son libros abiertos donde se encuentra parte de nuestra historia. Como siempre ha pasado con la muerte, los cementerios serán las fuentes donde las futuras generaciones estudiaran como los ritos y costumbres van cambiando en el tiempo y en las familias.

            No deja de ser curioso que en ocasiones los cementerios se convierten en lugares de extraña peregrinación por los personajes célebres que en ellos yacen. Además, en los cementerios suceden divertidísimas anécdotas como la que sucedió hace unos años en Granada. Reunida la familia en el Cementerio de San José para dar sepultura al difunto, un familiar quiso dejar dentro del féretro un paquete de tabaco, parece ser que el difunto había sido fumador. Este familiar le dio el paquete de cigarrillos al enterrador.  Pensándose el enterrador que el familiar le estaba ofreciendo un cigarro, este cogió el paquete lo abrió, y sacó un cigarro que tan tranquilamente encendió. El familiar, apurado, le dijo que era para el difunto. Aunque con uno cigarro menos, la caja de cigarros se dejó dentro del féretro. llegará un día que el difunto fumador reciba la carta de desahucio y será entonces cuando nazca la leyenda del fumador empedernido que incluso después de muerto se fumó un último cigarrillo.

Autora: Vanesa Jurado

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